Ilustrando a Félix Arburola y familia.

El ilustrador dueño de la “poesía gráfica” partió dejando claro que las
mejores obras son como la vida: quedan inconclusas porque lo mejor
siempre está por venir

Carrera. Lapicillo, Tambor, Súper Paletas, Jacinto Basurilla y Tío
Conejo fueron algunas de sus creaciones: un grande en los dibujos de
chicos.
 
Es un veterano de la ilustración infantil, un maestro instintivo, un aprendiz perpetuo. Recostado
en una butaca roja, viste camisa estampada, pantalón camuflado, botines
cafés y lentes ovalados. Se quita los ojos como binóculos y se pone los
de otros para ver el mundo de distintos colores. Alrededor, cuatro
artistas, tres almohadones, dos libros y una coneja.
–¿Don Félix?…
–Dígame Félix. Usted me respeta con el trato.
Es
un experimentado pintor, diseñador y músico. De pie frente a una
secuencia de guitarras se las ingenia para capturar el “detrás de
cámara” de esta sesión. Celular en mano fotografía cada pose de sus
hijos. Luego, sugiere colocar un mural en cierto espacio vacío.
—Mejor no me respete. Tampoco me barbee. Seamos amigos. No pongamos esas limitaciones. Seamos iguales.
Familia. El ilustrador Félix Arburola junto a sus hijos Sebastián, Moy, Ariel y Félix Jr. (de izquierda a derecha).
Es
Félix, sin títulos, y esto es Osopez: estudio de diseño, fotografía y
dirección de arte. Síntesis de tantos oficios familiares. Propiedad de
Ariel, el único Arburola Matamoros con la mascota de la revista Tambor tatuada en el brazo. Escenario de cinco personajes que respiran arte en todas sus manifestaciones.
Oriundo
de Cañas, Guanacaste. De tez morena y mirada profunda. El menor de tres
llegados a la pampa del matrimonio de Roque Arburola, comerciante, y
Argentina Bustos, costurera. Félix Arburola Bustos. Heredero de un
apellido vasco del que solo queda una referencia y de otro nica, gestor
de su tenacidad. Firi, Beto, el de Tina.
Tenía siete
años cuando ilustró sus primeros cuadernos, 11 cuando llegó la
televisión a Costa Rica y 15 cuando ingresó a la Casa del Artista. Nació
en 1947, está a tres de cumplir 70. Come años, tal vez por genética, de
seguro por jovialidad.
Entorno. Colonia del Río es un barrio guadalupano rodeado por el afluente Torres y la franja del parque Simón Bolívar.
La
casa de Sebastián Arburola está aquí, en el terreno donde él y sus
hermanos vivieron la infancia, la mejor época familiar, la década en que
sus papás eran pareja y Tambor uno más de la camada.
Los
cuadros y sus alusiones son el método para contar el paso de los
minutos. Madonna, Jim Morrison, Audrey Hepburn, Los Beatles y La
Nigüenta comparten tiempo y espacio.
 
El kitsch, tan representativo de la idiosincrasia costarricense, se apodera de cada rincón.
“¿Qué le sirvo? ¿Algo fuertecito?, bromea Félix mientras bebe una gaseosa en las rocas.
Detrás
de la barra del bar se esconde el diseñador del Volcán de Oro, ganado
por Ariel y Sebastián en distintas ediciones. Antes de pedir una foto
con el trofeo, se cambia de ropa “para evitar ruido”. Del armario de su
segundo hijo sale la camisa negra que lo acompañará el resto del día.
Comparten talla y gusto.
“Casi todas las semanas tenemos nuestro happy lunch
. Vamos por ahí a hablar de tendencias, pero me encanta visitar este
lugar. Vea qué chiva ese timón en la puerta del cuarto. Muy simbólico,
¿verdad, Sebas?
“Claro, porque la vida es un viaje, Firi”.
Con
voz lenta, baja, paciente, reconstruye su historia. Tuvo una niñez con
estimulaciones y mudanzas –de Cañas a San José, de ahí a Venezuela, y de
regreso a Costa Rica– de la que recuerda las máquinas de coser, los
figurines, las clientas y los hilos. Su mamá era modista, aficionada a
las artes dramáticas y participante activa de cuanto recital y concierto
había.
Desde pequeño ilustraba sus cuadernos. Como
tenía talento, los profesores se dejaban sus dibujos al final del curso.
Memorias de un estudiante al que le disgustaba la escuela y el colegio.
En
1962 inició clases de dibujo en la institución de Olga Espinach, en ese
entonces contigua al Teatro Nacional. Abajo ensayaba la Sinfónica
Nacional y en el mezzanine se aprendía a pintar con materiales
patrocinados por el Estado. Tiempo después matriculó varios cursos
libres en la Universidad de Costa Rica, solo para confirmar que lo
académico no es lo suyo. Empírico y autodidacta hasta la fecha.
Semblante.
Canas visibles no tiene, solo manos con pliegues y un ceño que frunce
cuando reflexiona. Camino a su casa, mira por la ventana del asiento
derecho, examina las plantas desordenadas por el viento de la ciudad de
las flores.
“Lo bonito de haberse criado en los 50 y
60 es que habían más cafetales, potreros, ríos, trompos, bolinchas,
mejengas. La infancia era más integrada a la naturaleza y el cosmos. Las
nubes, el cielo y las estrellas tenían más importancia. También era más
relevante la música tropical y la radio, en contraste con el rock
y el televisor. Tengo 15 años de vivir en Heredia y le aseguro que
aquí la gente es gente… Hay más amabilidad, tranquilidad, calidad de
vida”.
En Barva, Félix tiene sus rutinas. Duerme hasta las 6 a.
m. Sale a caminar con una libreta en la que bosqueja paisajes, potreros,
vacas, árboles, gallinas, todo lo verde y rural que descubre. Desayuna
sus propias recetas. Pinta. Escucha a Frédéric Chopin, Gustavo Cerati,
Ryuichi Sakamoto y “mucha cosa nueva que está saliendo”. Dibuja. Revisa
Facebook, Pinterest, Flickr y Blogspot. Ilustra.
Tenía poco menos de 20 años cuando empezó a ganarse la vida como ilustrador.
Al
principio hacía folletos educativos para los médicos y pacientes de la
Caja Costarricense de Seguro Social. Más tarde pasó a la revista
infantil Tricolor , varias agencias de publicidad y
editoriales públicas y privadas. Hay que decir que Félix es un hombre
de trabajos estables, entre un puesto y otro pasaron años.
“Antes de trabajar en La Nación diseñé el logo y personaje de la revista Tambor como freelance . Ya había hecho anuncios para Jack’s y Dos Pinos, así que sabían de mi inclinación por la ilustración infantil.
En Tambor , Arburola (centro) fue director artístico.
 Súper
Paletas, Lapicillo, Tío Conejo, Jacinto Basurilla y otros personajes
insignes de los 80 y 90 repiten crédito. Por sus trazos corre la tinta
de un mismo progenitor. El mismo que los vistió, caracterizó y afamó.
“Qué
va, no le tengo especial cariño a ninguno. Es más, ni me detengo en
eso. Le tengo cariño a lo que estoy haciendo en este momento, porque me
está dando nuevos resultados, pero una vez que lo haga ahí queda. Tal
vez lo vea y diga: ‘Puede mejorar’. Uno tiene que buscar siempre lo
nuevo para no estancarse.
Pese a que son sus estrellas
comerciales las más recordadas por el público, prefiere mencionar las
literarias. Se le escapa una sonrisa al llegar a este punto de la
conversación.
“La publicidad es parte de la cultura,
pero me interesa más la cultura. En medio de la ilustración comercial,
la literatura infantil fue un oasis. Es otro mundo, con gente más culta y
sensible. Carballo decía que los dibujantes publicitarios son las
prostitutas del arte. Y yo estoy de acuerdo”.
Félix
Arburola aún mantiene guiños que pueden parecer de niño. Se entusiasma
con una idea ajena, celebra sus propias ocurrencias, cuestiona casi
todo. Aunque las ilustraciones juveniles no son su fuerte, también tiene
alma de muchacho.
Cosecha.
Siempre he hecho mis propias historias en imágenes, pero no en
secuencias tipo historieta o libro. Cada imagen tiene una lectura
individual, y en conjunto, si se trata de una serie.
La
aclaración viene tras repasar sus proyectos con escritores nacionales
como Carlos Luis Sáenz, Alfonso Chase y Mabel Morvillo. Ellos aportaron
los textos; él, la gráfica.
“No me llama la atención
ilustrar libros de poesía adulta, aunque podría. Tampoco me gusta decir
‘no’, porque me lleno de prejuicios. Hay que romper esquemas –afirma con
seriedad– y acabar con esas limitaciones que uno mismo se impone.
“Una
vez mi maestro Fernando Carballo me preguntó: ‘¿Qué hace usted fuera de
la agencia?” “¿Dibuja?” Como le dije que no, me acordó mi
responsabilidad con el arte. Entonces empecé a dibujar con más ganas y
participé en certámenes de paisaje rural. Luego me encontré conmigo y
con mi propio estilo.
¿Qué hay en su estilo que lo hace reconocerse?
Hay
algo, pero no sé qué es. Soy muy visceral. Mi trabajo es muy emocional,
muy de adentro. No es un trabajo analítico, proyectado de antemano. Mi
trabajo es espontáneo, informal, emotivo… porque sin eso queda tieso,
frío, sin vida, es como un acto de amor sin amor.
Puede que la pasión sea su eterna compañera…
Sí, aunque no estoy pendiente del pasado. Ya aprendí y me falta mucho más. Me gustan los nuevos especímenes.
De todas esas manifestaciones artísticas, ¿con cuál se identifica más?
Artista
de la imaginación. No. Artista visual. Soy de todo un poco. No quiero
etiquetarme diciendo que soy pintor, dibujante o caricaturista. Los
especialistas no me gustan.
“No creo que uno pinte
para alguien… Es una necesidad de conectar con las partes invisibles,
los lugares invisibles de la psique humana, y nos vienen las imágenes, y
hay una especie de impulso de comunicarlas… Pero no pretendo explicar
esto… Que cada quien lo explique a su manera, incluyendo a los
críticos de arte, en los que no creo”, publica el sitio web del Ministerio de Cultura a propósito de su obra.
Libertad.
Su casa es un collage, tan diversa como su creación gráfica. Su pincel
es libre, abierto al movimiento y color. Su verbo es franco, sin
academicismos.
Las respuestas pomposas le desesperan
casi tanto como las preguntas sobre el pasado, de ahí que cualquier
conversación con el papá de los Arburola esté sometida a la pureza del
hoy.
“Nada, ni siquiera recuerdos… Las colecciones me
parecen una pérdida de tiempo. Hay que vivir el instante, que es lo
único que tenemos. El presente va haciéndonos el futuro y el pasado. En
algún momento coleccioné libros, cuadros de pintores y fotos en línea.
Soy loco por Internet. Si hago un dibujo hoy, lo publico hoy mismo y ya
mañana tengo al menos 100 “Me gusta”.
Cierto, lo noto dinámico en redes sociales: es usted muy tecnológico.
No
puedo vivir sin mi Mac ni sin la Wacom. Uso Photoshop desde que salió y
trabajo en el PageMaker desde que lanzaron la Macintosh 512K. Ahora
mezclo el dibujo manual con lo digital –indica mientras rebusca entre
los papeles con anotaciones y las esculturas en miniatura que invaden su
escritorio.
La sala tiene además una pizarra con
dibujos, recortes y fotografías. Un biombo con pinturas, bocetos y
cargadores eléctricos. Una refrigeradora blanca con un televisor negro
encima y una Frida gris debajo.
“Khalo es mi ídolo. Le admiro su deseo de vivir, su fuerza para superar los obstáculos, su pasión. ¡Ay, quería tanto a Diego!
Y le aguantaba unas… ¡Frida, su/frida!
Muy ingeniosa –ríe la ocurrencia ajena–. Fue una mujer sin limitaciones sociales, era bisexual y no se hacía rollos.
Sabía vivir y pintar lo que mejor conocía: su mundo interior; pese a que despreciaba la etiqueta “surrealista”, como usted.
No
estoy acostumbrado a intelectualizar, a ponerle palabras a mis
emociones, a disecar mis sentimientos. Soy cero calculador y
maquiavélico.
Siendo usted tan “visceral”, ¿cómo hacía con los clientes publicitarios?
Haciendo
publicidad aprendí a comunicarme. . Yo soy de la calle. Mi formación es
autodidacta, mi academia son los amigos. Edwin Cantiño, Fernando
Carballo, Otto Apuy, Gerardo González, Moisés Barrios, Hugo Díaz, Vicky
Ramos, Ruth Angulo, Álvaro Borrasé, Ariel y Sebastián Arburola… ellos
son mis maestros.
Familia. El
interés por involucrar a sus hijos en el ambiente artístico podría ser
efecto de una niñez exenta de cámaras fotográficas, libros y pinturas, o
secuela de una adultez cargada de bocetos creativos. Desde pequeños,
los Arburola Matamoros se paseaban por rotativas de revistas, cuartos
oscuros de agencias y acrílicos de exhibiciones.
Muestra. Dibujos de Félix Arburola se presentó este año en el
Instituto de México: Ophelia , Clorofila y Copa fueron tres de
las obras expuestas por el ilustrador.
“La mamá se cansaba de mandarlos a acostar, porque
pintaban hasta la noche. La autoridad a mí no me gusta. Aquí está el
almuerzo, que coman cuando quieran… Es que cuando uno tiene hijos no
sabe en lo que se metió, no basta con ser cariñoso. Por suerte me leí un
libro que se llama Summerhill: Un punto de vista radical sobre la educación de los niños,
literatura obligada para padres y maestros. Es una escuela inglesa
para crear niños libres, personas humanas, no ovejitas obedientes. La
idea es que tengan criterio, piensen, cuestionen, gocen.
Actúen, diseñen, pinten, canten…, que sean felices.
Exacto.
Pienso que Moy se fue por Artes Dramáticas por el antecedente de mi
mamá, aunque de chiquilla dibujaba. Por vivir entre hombres fue más
apegada a las mujeres y en el teatro encontró su ambiente. Es una gran
actriz. Sebastián siempre fue buen dibujante. Cuando tenía 13 años me
pidió una pelota de arcilla que me había regalado Alberto Moreno, y
solito moldeó a Esqueletor de He-Man, con todo y capucha. Es excelente
en todo lo que hace. Desde pequeño, Ariel me pareció muy buen dibujante y
diseñador, y de grande confirmé que su ojo es genético. Y Félix Jr. de
adolescente tenía un cerro de dibujos con una fuerza impresionante, el
día que se los iba a confiscar me confesó que los había quemado porque
ahora iba a rockear. 
Su estilo es muy propio y actual. Además de amigos son colegas, maestros y aprendices…
Ah
sí, los hijos lo mantienen a uno joven. Algo que quise transmitirles es
que conserven su humildad y se renueven constantemente. Hay que leer,
estudiar, prepararse, aceptar críticas, escuchar a todas las personas.
¿Nutrir la mente y el espíritu?
No
creo en el espíritu, creo que uno se muere y ya. Si conoce a alguien
que haya ido al cielo o al infierno preséntemelo, para que me cuente
cómo es el más allá. No me interesa nada de eso, me parece una pérdida
de tiempo.
Félix Arburola. Que propone una simbiosis
entre naturaleza, ser humano y poesía. Que rechaza que le digan “don”.
Que vive el momento. Que ilustra su propio mundo. Arburola, Feliz.
 
Revista Su Casa (2014) “Ilustrando a Félix Arburola y familia”. San José, Costa Rica. Recuperado de: http://www.nacion.com/ocio/artes/Ilustrando-Felix-Arburola-familia_0_1523447667.html